Por Isaac Carmona

Psicólogo

 

Afirmar que mindfulness está de moda hoy en día no es algo que sorprendería a ningún profesional de la psicología. Aunque con retraso respecto al ámbito internacional, en España hemos sido testigos de una gran expansión de su práctica, así como de su difusión a lo largo de la literatura especializada –y no tan especializada, como los cuadernos para colorear mandalas con mindfulness…–. En poco menos de cuatro o cinco años, un porcentaje significativo de la población, probablemente, diría al menos que ha escuchado esa palabra. Se han organizado congresos internacionales con participación de figuras tan relevantes como Kabat-Zinn o Siegel, publicado tesis doctorales españolas sobre esta ¿técnica/habilidad/práctica?, y un largo etc. Sin embargo, desde hace un tiempo vengo preguntándome, como profesor de mindfulness y psicólogo, ¿qué está pasando? ¿no se nos estará yendo de las manos todo esto de la atención plena? ¿no podría ser que, tal como pasó con la Psicología Positiva de Seligman, llegue un momento en el que todo pierda sentido? ¿No se estará convirtiendo el mindfulness en un producto de consumo más, tanto para la población como para los propios profesionales y no tan profesionales? Creo que en el punto en que nos encontramos, debemos ser críticos con nuestro modo de hacer y con esta herramienta, utilizada para algo tan poco trivial como el alivio del sufrimiento humano.

Probablemente se podrán tener en cuenta muchos más factores, pero especialmente me llaman la atención los siguientes:

¿Qué es mindfulness?

El primer problema, fundamental, es que no existe una definición unánime de lo que hablamos cuando utilizamos esta palabra, que por otra parte, es la traducción anglosajona de otro vocablo. Actualmente la palabra mindfulness se utiliza indistintamente, por parte de profesionales e investigadores, para hacer referencia a una técnica, un estado de consciencia, un proceso, una psicoterapia y una forma específica de meditación. En realidad, mindfulness, como hemos dicho, es la traducción de la palabra pali sati, relacionada con el verbo satari, que significa «recordar». En concreto, sati haría referencia al proceso de prestar atención de manera sostenida (concentrada), recordando continuamente recuperar esta atención cuando nos distraemos. Teniendo en cuenta la descripción de sati ofrecida en los sutras, los análisis psicológicos y neurobiológicos que se han realizado y los componentes de sati que se infieren de ellos, una definición clara de lo que es mindfulness es la que ofrece Segovia (2017): una forma intencional de prestar atención, que permite observar los eventos internos y externos en su estado puro (preconceptual), haciéndolo de manera sostenida y ecuánime (con objetividad y sin reactividad), y recordando recuperar esta atención, de manera diligente, cada vez que se ha perdido. Es decir, mindfulness es un proceso atencional que nos permite notar la experiencia en el presente y con una reacción emocional equilibrada. De esta manera, podemos diferenciarla de la técnica que tradicionalmente se emplea para entrenarla, esto es, la meditación. De hecho, existen otros recursos útiles para desarrollar mindfulness, como por ejemplo la Matriz de Aceptación y Compromiso (Polk & Schoendorff, 2014; Polk, Schoendorff, Webster & Olazz, 2016). Por otro lado, hay autores que recomiendan entender mindfulness como un proceso meramente atencional, subrayando su diferencia respecto de la ecuanimidad, que sería el proceso afectivo que implica, entre otras cosas, la aceptación (Desbordes et al. 2015).

Distintos enfoques sobre su uso

Existen dos grupos diferenciados de profesionales que utilizan mindfulness (Ruiz, Díaz y Villalobos, 2017). Por una parte, encontraríamos aquellos que se han formado en los programas de entrenamiento basados en mindfulness, donde destaca el Mindfulness-based Stress Reduction (MBSR) y la Mindfulness-based Cognitive Therapy (MBCT). Como sabemos, a raíz de estos programas han proliferado un gran número de intervenciones grupales estandarizadas, cada vez más especializadas en diferentes problemáticas (p. ej. la gestión emocional, el embarazo, la alimentación saludable, etc.). Por otra parte, podríamos destacar aquellos profesionales cuya formación de base es la contextual, las terapias de tercera generación propiamente dichas, de las que destacan la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), la Terapia Dialéctica Conductual (TDC) y la Terapia de Activación Conductual (AC). Estas intervenciones cognitivo-conductuales utilizan mindfulness como una herramienta más dentro de su arsenal terapéutico. Una vez establecida esta diferencia, mi opinión es que se está produciendo una excesiva y preocupante deriva espiritual por parte del primer grupo, que está dando lugar a que no existan diferencias reales entre un profesor de mindfulness y un maestro budista. Cada vez es más frecuente ver cómo estos profesionales hacen referencia a bibliografía y maestros de meditación, u organizan conferencias y retiros dirigidos por estas personas (por ejemplo, a día de hoy, por parte de una de las empresas de formación en mindfulness de mayor renombre en España, se oferta en Madrid un retiro con Allan Wallace titulado Los Cuatro Inconmensurables y la Bodhicitta). Si afirmamos que mindfulness es una práctica laica, pero somos testigos de este tipo de sucesos (incluso he llegado a ver profesores de mindfulness, de mucho renombre, con la figura de un buda detrás de ellos, ¿me imagináis con una foto de Skinner o Hayes a mi espalda?), creo que se está enviando un mensaje contradictorio, porque no hay consistencia entre lo que se afirma y lo que se hace realmente. Da más bien la impresión de que estos profesionales son maestros budistas de cuello blanco. Desde mi punto de vista, los instructores de los programas de mindfulness deben abandonar completamente referencias al budismo, comenzando por algo tan sencillo como el zafu y el cuenco tibetano.

Marco teórico de referencia

Hace unas semanas leía un artículo, escrito por un maestro budista, que estaba preocupado precisamente porque desde su perspectiva, los profesores de mindfulness se esforzaban por ocultar recelosamente los orígenes budistas de esta práctica, afirmando que, al final, los profesores se veían obligados a tomar como marco de referencia las Cuatro Nobles Verdades y el Noble Óctuple Sendero. Bien, en primer lugar, esta afirmación es falsa, puesto que mindfulness, entendiéndola de la manera en que la hemos descrito, no es patrimonio de ninguna tradición filosófica o espiritual, sino que es una cualidad humana natural (Simón, 2011). Lo que sí debemos agradecer al budismo es la sistematización de su entrenamiento, es decir, la sistematización de la meditación -hoy en día refinada, por cierto, gracias a los conocimientos que tenemos sobre los principios de aprendizaje y la modificación de conducta (un claro ejemplo de ello lo tenemos en el sistema MBMB de Segovia, [2017])-. En segundo lugar, y en consonancia con lo que hemos expuesto en el punto anterior, a día de hoy contamos con teorías explicativas del sufrimiento humano, desde una perspectiva contextual y basada en la investigación científica (Hayes, Strosahl y Wilson, 2014; Törneke, 2016), que nos permiten abandonar las referencias a postulados budistas precientíficos.

Formación de profesores de programas de entrenamiento en mindfulness

Suele afirmarse que el instructor de mindfulness debe contar con cierta experiencia meditativa para poder guiar meditaciones y, aún más, tener aprehendida la práctica para realizar adecuadamente el proceso de indagación. Por ello, y para garantizar una formación suficiente, universidades como la de Massachusetts, la de California o la de Bangor, han creado itinerarios curriculares oficiales para convertirse en profesor (Baer, 2017). Y aquí puede estar uno de los principales problemas, y es que a esta formación pueden acceder personas que no necesariamente sean psicólogos o psiquiatras. Por ejemplo, un licenciado en empresariales o física puede perfectamente realizar el itinerario oficial y ser acreditado como profesor. Esto significa que desde la raíz misma de la formación de profesores se está dando pie a que intervenciones de carácter psicológico (de eso se trata, ¿no? Recordemos que el propio MBSR se enmarca en la medicina conductual) sean impartidas por personas que carecen de formación en psicología. Si partimos del supuesto de que los programas de mindfulness son laicos, y abandonando toda referencia al budismo para que este supuesto se haga efectivo y cierto, parece lógico que el profesional del mindfulness debe ser aquel que cuenta con una formación académica en psicología, es decir, lo ideal es que sea psicólogo/psiquiatra, o al menos, preocuparnos porque la formación del futuro profesor implique un conocimiento profundo de los procesos psicológicos que están a la base de los ejercicios de mindfulness, que deben, por otra parte, encontrarse sustentados por la evidencia experimental y la teoría –y además, en el caso de no ser psicólogos/psiquiatras, tomar las medidas necesarias para que el profesor no utilice mindfulness con poblaciones clínicas, considerando el hacerlo como una violación grave del código ético del profesor, lo que podría conducir a la pérdida de su acreditación como tal.

La práctica de mindfulness, para ser lo que se afirma que es, debe fundamentarse en la psicología científica. Todo lo demás es, en mi humilde opinión, budismo con calzador. Por otro lado, si el profesor de mindfulness desconoce las teorías que fundamentan aquello que está poniendo en práctica, aquellos procesos psicológicos que se están modificando, difícilmente estará capacitado para realizar adecuadamente su trabajo, más allá de ser un mero técnico (recordemos que se trabaja con emociones dolorosas, pueden aparecer contenidos traumáticos, experiencias ansiógenas, pensamientos aflictivos, etc.).

La función de mindfulness

Si afirmamos que el profesor debe tener sólidos conocimientos de psicología científica, y que la base teórica fundamental de mindfulness debe ser de carácter contextual, parece adecuado y necesario que los futuros profesores conozcan la función de cada uno de los ejercicios, de cada meditación. Por ejemplo, ¿cuál es la función del escáner corporal? ¿Para qué enseño al participante esta técnica? ¿Cuál es el objetivo y de qué maneras va a ayudarle en su vida? ¿Qué perseguimos con ello? Algo tan sencillo y fundamental como esto, es obviado en las formaciones de mindfulness, tanto en los itinerarios oficiales para convertirse en profesor como en los másteres o expertos en terapias contextuales. Por otra parte, una vez que conocemos la función de cada ejercicio, cabe preguntarnos ¿y mindfulness, para qué? Esta es otra respuesta que ninguna formación suele responder, de tal suerte que a veces parece que simplemente se practica mindfulness porque sí. Nuevamente, y no digo que sea la única manera de entender la práctica de mindfulness, parece útil aproximarse a su práctica desde un enfoque contextual, es decir, mindfulness ayudaría a notar la experiencia presente, debilitando el control que los eventos internos ejercen sobre la conducta y ayudando a flexibilizarla ante los mismos contextos, además de facilitar que la persona entre en contacto con lo que le importa de verdad y pueda actuar orientada por ello. En este sentido, es lo que la persona valora lo que debe orientar su conducta, y ni si quiera valores éticos y estéticos, pese a ser bien intencionados, provenientes del budismo. Es decir, en un marco de referencia laico, creo que, salvo el pilar de la meditación, el resto de componentes del Óctuple Sendero deben ser sustituidos por los valores propios de cada persona –eso sí, tal como hacen las terapias cognitivo-constructivistas y respetando la propia construcción de la realidad que hace el cliente/alumno, debemos ayudarle a detectar de qué manera ésta, basándonos en su propia experiencia, podría estar causándole problemas.

Compasión y Bondad Afectuosa

El paso más reciente que se ha dado en los programas y terapias fundamentados en mindfulness es la introducción de la bondad y la compasión, componentes ambos de los llamados Cuatro Inconmensurables en la tradición budista. Probablemente, este acercamiento era una evolución natural y esperable, dado que la meditación no es sino una pieza de un sistema complejo –concretamente, un tercio del Noble Óctuple Sendero- fuera del que necesariamente pierde eficacia. Por tanto, para aumentar su eficacia, era necesario agregar otras partes del sistema ideado por Buda. A raíz de ello, han proliferado nuevos programas relacionados con la tradición contemplativa budista, como el Mindful Self-Compassion (MSC) o el Compassion Cultivate Training (CCT), además de terapias como la Compassion Focused Therapy (CFT). Nuevamente tenemos acercamientos con más o menos influencia budista, que justifican ad hoc la utilización de estos postulados –si bien es cierto que, nuevamente, la compasión y la bondad no son inherentes únicamente al budismo, sino a prácticamente cualquier tradición espiritual y filosófica-. En mi opinión, la terapia con más potencial, que abarca más herramientas además de la meditación para el desarrollo de la compasión, es la CFT, fundamentada en argumentos evolutivos y psicofisiológicos. No obstante, tanto esta terapia como los programas de entrenamiento en compasión, llevan a cabo prácticas a la antigua usanza, es decir, realizando meditaciones de bondad y compasión, utilizando frases que casi inevitablemente recuerdan a una oración, con la mano colocada en el corazón. Esta práctica, si bien puede justificarse de diversas maneras, nos conduce quizá a acercarnos peligrosamente a pseudociencias como el reiki (de hecho, en esta práctica, el tacto y la difusión de frases hacia la persona que sufre son un componente esencial). Por no decir que se empiezan a ver barbaridades que conjugan mindfulness, compasión, reiki y bioneuroemoción (y lamentablemente, no solo por “profesores” de programas oficiales, sino también por parte de “psicólogos”, algo que destroza la imagen pública y credibilidad de esta potente herramienta, por no decir de nuestra profesión…). Quizá podríamos trabajar para construir nuevas formas de implantar la conducta compasiva en el repertorio de nuestros clientes/alumnos con herramientas distintas a las tradicionalmente usadas por el budismo (nuevamente, un procedimiento científico y refinado de estas prácticas podemos encontrarlo en Segovia [2017]).

McMindfulness

Por último, me gustaría subrayar el uso desmedido que se está haciendo de mindfulness y, más recientemente, de la compasión y la bondad. Si bien es cierto que ambas han mostrado ser herramientas eficaces, los metaanálisis no indican que sean herramientas superiores al resto de intervenciones cognitivo-conductuales (Chiesa & Serretti, 2009; Bohlmeijer, Prenger, Taal & Cuijpers, 2010; Goyal et al. 2014; Crane, 2016). Por ejemplo, el MBSR, estandarte de estos programas de entrenamiento, no ha mostrado ser más eficaz que los procedimientos ya utilizados para reducir el estrés o la ansiedad (no es la primera elección, y lo mismo puede decirse, salvo excepciones, para las terapias contextuales) (Öst, 2008). Lo que quizá puedan estar indicando las investigaciones es que mindfulness es una herramienta poderosa que puede aumentar y enriquecer la eficacia de programas ya existentes (por ejemplo, agregando mindfulness y autocompasión al Entrenamiento en Inoculación de Estrés), y también, que pueden constituir una alternativa plausible a la hora de personalizar la intervención. Al final, la intervención basada en la evidencia nos invita a utilizar los procedimientos que han mostrado ser más eficaces y eficientes para cada problemática. Quizá la meditación pueda ser una práctica importante en mi modo de vida –en mi caso, lo es-, pero eso no significa que la use para todo simplemente porque es lo que más me gusta y porque creo –una creencia no es una evidencia- que es lo mejor. Tal como me dijo una vez Miguel Ángel Santed, no hay nada menos mindful que identificarse con mindfulness.

Se han hecho investigaciones en prácticamente todos los ámbitos humanos y sobre todos los aspectos psicológicos, y todas ellas, supuestamente, han obtenido datos que indican la utilidad de mindfulness para mejorar/modificar la atención, la memoria, el liderazgo, los factores de personalidad, el burnout, el trabajo en equipo, el funcionamiento empresarial, el rendimiento de deportistas y un largo etc. Quizá cabría preguntarse si realmente los datos obtenidos en todas estas investigaciones son significativos, si se han llevado a cabo con las necesarias garantías metodológicas, si son replicables, etc. Porque, ¿sabéis? al final, creo que el mindfulness podría convertirse en una caricatura de sí mismo, en un programa de reducción de estrés basado en colorear mandalas.