Por Ana Castillo
Licenciada en Psicología. Universidad de Málaga
Máster en Terapias Contextuales y de Tercera Generación
No ha sido fácil. El camino para llegar hasta el lugar donde ahora estoy ha sido largo y no son apenas los primeros pasos como terapeuta los que estoy comenzando a dar y sientan tan bien: saber que camino en la dirección que quiero, por fin estoy en el momento que llevo tanto tiempo deseando.
Situando en contexto…
Hace cinco años acabé la carrera de psicología, y no era más que un mar de incertidumbre lo que tuve que navegar ese verano hasta llegar a la conclusión que la única salida que tenía era mucha paciencia y perseguir una plaza de la oposición a psicóloga interna residente (la formación PIR), la única que habilita como psicóloga clínica.
El plan parecía “fácil”, encerrarse a estudiar en casa. Imposible obviar el hecho de que tenía que trasladarme de ciudad, volver a mi pueblo y separarme unos 100 kilómetros de mi pareja, buscar un trabajo y tratar de ahorrar algo si en un tiempo quería volver a la ciudad donde estudié, donde tuve que dejar la vida que me gustaba vivir.
El principio fue muy complicado, las emociones desbordaban a menudo en una casa que mantenía algunos de los problemas que dejé hacía unos años y cuya implicación suponían una desesperante rabieta que no llevaban a ninguna parte.
Nos gusta engañarnos diciéndonos que pronto habría una mejora, y aunque la vida conlleva una serie de cambios, a mi me esperaba una agridulce estabilidad. Al cabo de un año en mi pueblo encontré un trabajo (nada que ver con la psicología, aunque sí tratando con más de una conducta clínicamente relevante) que me llevaría a pasar los próximos tres años allí. ¿Positivo? Mucho, un camino necesario por recorrer para estar en el sitio que ahora estoy.
Es imposible vivir ajeno a la cultura y la historia que tenemos, la cual a muchos nos dice que debemos vivir rápido, conseguir trabajo estable, ganar dinero, formar una familia… cuando rompes el molde… ni tú te ves capaz de romper el molde a veces, ¿verdad? Pues no hay molde que valga, la vida está llena de decisiones, cualquier mínima acción puede modificar todos tus esquemas y cada cual persigue sus sueños de manera diferente, nunca dos caminos fueron exactamente idénticos ni dos personas sufrieron las mismas barreras hacia valores muy similares.
Y así fue cómo rompí algunos de mis moldes, dejando la estabilidad de un trabajo que se me daba muy bien, en el que me ofrecían un contrato indefinido y en el que estaba muy contenta con unos compañeros geniales, un equipo coordinado lleno de entusiasmo y cargando el ambiente de risas por las que merecía la pena pasar tantas horas allí currando. Sin embargo, mi vida me pedía más. Yo ya sabía que aquello solo era una parte del camino que me había trazado hacia unos años, y que era el momento de introducir cambios necesarios en la dirección hacia la que siempre había querido moverme.
Quizá realmente el primer molde roto suele ser el momento en que acabamos la universidad y no sabemos qué hacer, ni dónde ir, y sobre todo, cómo hacerlo. Y está bien, está genial porque quiere decir que es hora de construir tu propia vida, nada parecida a tu compañero, a tu amiga o a tu vecina. Ahora es tu momento y tú decides. Es tan maravilloso como angustioso, y ¿qué haríamos sin esa sensación de agobio-estrés que nos indica lo mucho que nos importa lo que tenemos que decidir o que hacer?
Otra cosa es que esa sensación sea continua e insoportable… entonces, quizá yo pueda ayudarte.
Bromas aparte. Actualmente, estoy viviendo por primera vez lo que se siente siendo terapeuta en esta línea de terapias de tercera generación como son las terapias contextuales. Bendito día el que fortuitamente decidí apuntarme a un módulo y acabé realizando el máster completo. Podría decir que fue una pena no haberlas encontrado antes, pero mentiría, pues han llegado justo en el momento más apropiado, cuando tengo todo a mi favor para esta formación.
Me doy cuenta de cómo esta filosofía pragmática realmente es capaz de ayudar a mucha gente, independientemente del problema que presente, y engancha tanto al terapeuta como al paciente. Ninguna sesión jamás será igual a la anterior ni siempre dos problemas tienen la misma función. Es genial ver cómo influir en la persona que tienes enfrente, en adquirir las habilidades para que, sin tener que andar con las complicaciones de las creencias de cada cual, se consigan cambios hacia lo que precisamente la persona quiere dirigirse, aunque quizá no de la manera que esperaba o, desde luego, no de la forma en la que lo hacía hasta ahora, y una vez que actúa, entonces, todo cambia.
No hay que ser muy “avispado” para discriminar a través de mi verborrea que me apasiona la psicología. Esa pasión compartida con mis compañeros y mi tutor de prácticas está haciendo que esta experiencia sea más que enriquecedora. Por primera vez, conozco a alguien tan implicado en la formación, como docente, profesional y como investigador, con disposición y gran capacidad analítica, que muestra con verdadera transparencia las habilidades necesarias para ser un buen profesional de la psicología.
El grupo creado para la supervisión de casos está siendo realmente gratificante, compartir nuestras propias barreras vividas durante las sesiones hace que nos identifiquemos mucho los unos con los otros y que podamos observar que forma parte del proceso de la terapia, sin necesidad de alimentar inseguridades, aprendemos peldaño a peldaño.
No es oro todo lo que reluce. Con esto quiero decir que especialmente los que estamos comenzando nuestras primeras sesiones nos damos cuenta de lo mal que se puede pasar, nos implicamos mucho y emocionalmente podemos sentirnos abrumados pensando lo complicado que puede ser ayudar a una persona y obtener resultados. Por ejemplo, mi primera gran dificultad ha sido dar el primer paso. Paradójicamente, mis tremendas ganas por comenzar a ejercer iban de la mano al tremendo miedo e inseguridad de hacer un ridículo espantoso o, lo que es peor, no ayudar e incluso empeorar a la persona que realiza la demanda. Medio superado este primer miedo, creo que la mayor dificultad personal está siendo la impaciencia, esas ganas por ver resultados, la siento constantemente en forma de nervios y tensión así como en mis pensamientos, que aprietan tanto como la emoción. Es ese estrés el que alimenta mis ganas de aprender más, saber más, y hacer mejor.
Tan solo llevo dos sesiones con mi primera paciente y ya puedo decir que no sólo he aprendido, sino que he sentido más que con las decenas de libros que me he leído en el último año. Aunque sé que la profesión que he escogido no es nada fácil, me encanta disfrutar de estos primeros pasos como la emoción de un bebé que comienza a desplazarse por sí solito con sus propios pies…
A por el siguiente reto.
Deja tu comentario
Debe iniciar sesión para escribir un comentario.