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Javier Tirapu Ustarroz

Un tema que ha apasionado a los estudiosos de la conducta en general y del cerebro en particular es el peso que tienen los genes y el aprendizaje en la conducta humana, tal vez, porque el 50% del genoma se encarga de codificar información relacionada con el desarrollo cerebral.

Realmente, casi nunca la discusión ha ido más allá de afirmar que “la genética es importante pero el aprendizaje también lo es”. Si tuviera que resumir en una frase la idea que implícitamente tenemos afirmaría “que la suma entre la genética y el aprendizaje da como resultado la conducta y la identidad única de cada ser humano”. Sin embargo, en esta afirmación subyace un apriorismo que tal vez no sea del todo cierto ya que se plantea que un comportamiento o es fruto de la genética o resultado del aprendizaje pero no de ambos.

¿Qué es la genética?

Pero, ¿qué es la genética? Todos hemos oído hablar del gran hallazgo que ha supuesto para la ciencia lograr descifrar el código genético. El genoma humano -se denomina así a todo el conjunto de genes- viene empaquetado en veintitrés pares de cromosomas distintos. Como señala de forma muy ilustrativa Matt Ridley en su magnífica obra “Genoma”, imagínese que el genoma es un libro, este libro contendría veintitrés capítulos llamados cromosomas y cada capítulo contiene miles de historias llamadas genes.

Los genes son, pues, un manual de instrucciones, un mapa de ruta para guiar a cada una de las células de nuestro cuerpo. Desde el mismo momento de la fecundación comienzan su trabajo. A las pocas semanas de embarazo, por ejemplo, entregan un mapa y unas instrucciones a un grupo de células indiferenciadas y les dicen “aquí están las instrucciones, vosotras vais a ser en el futuro células del cerebro y debéis seguir la ruta indicada en el mapa para situaros en el lugar correcto”. Este es un momento crucial para el futuro denominado migración. Las células, guiadas por el mapa del genoma, comienzan el camino para llegar al lugar donde deberán cumplir su misión. Y es aquí, donde ya comienza a actuar el ambiente. Si la madre de ese niño en ciernes consume alcohol, ese alcohol va operar como una tormenta de arena en pleno desierto desviando a nuestra expedición de células para el cerebro de su camino, lo que va a producir que muchas mueran en el intento.

Genética y ambiente

El problema de base en el debate sobre genética y ambiente es el error garrafal que supone pensar que genético equivale a “antes del nacimiento o la infancia” y ambiental a todo lo que ocurre después de nacer (no sé cuántos días después de nacer). Como señala Gary Marcus en “El nacimiento de la mente” es como si pensáramos que “los genes renuncian a su influencia en el momento en que el embrión abandona la fábrica”. Incluso cualificados psicólogos cometen este error y piensan que si un niño muestra una destreza o un problema tempranamente es genético y si lo hace de forma más tardía es ambiental. Sin embargo, los genes están presentes desde que nacemos hasta que morimos, los genes no son sólo para la gestación y para los niños, son para la vida.

Por otro lado, usted tiene una información determinada en sus genes y al conjunto de esa información se llama plantilla (las ochocientas biblias). Sin embargo solo una parte de toda esa información de va manifestar, se va a transcribir (calcule que el contenido equivalente a unas 160-200 biblias) mientras que el resto de esa información va a mantenerse dormida a lo largo de su azarosa vida.

La clave está aquí, ¿quién “elige” la información que va a salir de los libros y cual va mantenerse cerrada en las estanterías? La respuesta es la experiencia o, si se quiere, el ambiente. Los genes son como miles de cerraduras que abren puertas para diferentes aspectos de la vida (desde si voy a ser alto o calvo hasta las enfermedades que puedo adquirir) y mi vida se convierte en un ir y venir atrapando llaves que abren ciertas cerraduras y mantienen cerradas otras. Como en la película de “Harry Potter y la piedra filosofal” cuando Harry, Hermion y Ron penetran en una sala donde observan una escoba y miles de llaves, que en forma de libélulas, vuelan a su alrededor. Harry debe atrapar la llave más vieja que le permita pasar a la siguiente estancia para lo que se monta en la escoba. Esta es la genética y el ambiente, los genes van montados en la escoba de la vida atrapando llaves. Sólo el tiempo dirá si las llaves (experiencias) eran las adecuadas.

Parece claro pues, que este acuerdo de caballeros al que habían llegado los genetistas (que defendían que todo es genética) y los ambientalistas (que defendían que todo depende del ambiente y la experiencia),repartiendo el pastel a mitad para cada uno, no sería literalmente cierto. Como comprenderá, hay una diferencia de matiz si afirmamos que “todo (excepto unas pocas enfermedades como la Corea de Huntington) es genético y todo es ambiental”. De alguna forma, ni usted ni yo, podremos ser nada que no esté en nuestros genes. Pero son la experiencia y el entorno en el que nos movemos los responsables de abrir esos genes o dejarlos cerrados mientras dure nuestra existencia. Por lo tanto, esa dicotomía en la que siempre hemos creído que se podría formular “ser humano=genética+aprendizaje ha de ser sustituida por la siguiente: “ser humano = genes X aprendizaje”.

A modo ilustrativo en la imagen tenéis un cromosoma de dos gemelos monozogoticos (clones) a la izquierda a los tres años de edad y en amarillo y verde lo que “tienen en común digamos en cuanto a genes activados”a la derecha los cromosomas de los mismos gemelos a los 40 años en rojo sus “diferencias”.

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