Nuestro compañero y amigo Juan José Ruiz Sánchez, psicólogo del Servicio Andaluz de Salud, entrevista al escritor y terapeuta ACT argentino Fabián Cravzoff. Una conversación en la que nos cuenta sobre su experiencia con la enfermedad de Parkinson. Las respuestas de esta entrevista son a preguntas extraídas de la matrix de Kevin Polk (figura de abajo).

¿Qué sensaciones y experiencias físicas y emocionales se te presentan (con el Parkinson) que no te gustaría experimentar?

¡Muchas! Rigidez sobre todo, y es contradictorio pareciera, pues yo trabajo con mis pacientes la flexibilidad. Y digo que parece contradictorio pero justamente haber flexibilizado y aceptar lo que vivo me ha ayudado mucho. Físicamente tengo cierta rigidez generalizada,  sobre todo en las manos. Paso por todo el set de emociones que tenemos lo humanos para demostrar y comunicar aquello que estalla como un volcán en nuestro interior: tristeza, enojo, impotencia, etc. Y sensaciones que no hay palabras exactas para describir. Solo con metáforas se pueden comprender,  por eso uso continuamente metáforas con mis pacientes con Parkinson y conmigo mismo.

No me gustaría experimentar esta sensación de no poder controlar mi cuerpo. Sobre todo al principio tenía mucho miedo a las inconciencia, miedo a perder mi historia, desconectar. Esto era antes pues ya no lo tengo intensamente. Aplico en mi vida lo que promuevo en mis pacientes: flexibilidad, vivir el presente, valores, meditación, etc. Con buenos  resultados hago con mi cuerpo como con mi mente: “el control es el no control”.

Cuando enfermé me dije: “este es el diagnóstico, pero cada uno hace su propia experiencia  de su enfermedad”. Y creo que es así: más allá del diagnóstico, que parece una sentencia, yo puedo hacer lo que me indican, pero además puedo ser creativo ante  lo que me pasa, ser imaginativo, sentirme explorador, hacer mi propio camino, porque sé que soy más que un cuerpo.

Recuerdo que cuando me diagnosticaron la neuróloga me dijo: “usted no tiene el mal de Parkinson, usted tiene solamente Parkinson”. Pero yo mismo me decía: “tengo el mal de Parkinson”. Eso era parte de mi evitación, pues vivenciarlo así, como una maldición, era una forma de no hacer, de no comprometerme. Poco a poco entendí que estaba en mí, para siempre. Y ahí, a pesar del dolor, pude conectar con mi enfermedad y contextualizar mis acciones en un viaje lleno de valores. Al comienzo ante una enfermedad debemos reajustar nuestra  relación con la vida, lo que es valioso para uno… No es fácil y cada tanto hay que volver a hacerlo.

Volviendo a la pregunta, múltiples sensaciones y emociones me invadieron y me invaden. Es inevitable  pensar  y sentir pero mi vida está acotada al presente y lo digo con mucha sinceridad. Aprendí  a acompañar los procesos naturales de esa enfermedad. Por ejemplo: yo escribo, y mi cabeza siempre fue más veloz que mis manos. Y hoy mucho más. Así, sé que cuando no puedo escribir es tiempo de meditar. La inmovilidad no resta, sino que en este caso suma.

¿Qué sueles hacer ante esas experiencias desagradables que no deseas tener, y que sucede con eso (consecuencias) a la corta y a la larga?

Al comienzo luchaba para no tener los síntomas para no sentir lo que sentía. Dormía mucho o no dormía, evitaba hablar el tema, no cumplía con lo pedido, estuve como rebelde y a corto plazo me sentía aliviado de no ir el médico o no hacer ejercicios. Pero es tan limitante la enfermedad que no podía serle totalmente indiferente. A largo plazo me alejaba de lo que yo quería para mí: ser flexible, sano, adaptado.

Mi identidad profesional, forjada con la experiencia de años acompañando a enfermos terminales en hospitales, domicilios y hasta en la calle, tenía la oportunidad de reafirmarse y fortalecerse para acompañar al paciente más conocido y más consentido: yo mismo. Y supe que era el momento de aplicar en mi vida lo que yo proclamaba como terapeuta ACT. Todo estaba frente a mí sin máscaras, desprovisto hasta de  palabras, sin artificios, sosteniendo la conciencia de sufrimiento y vulnerabilidad necesarios para compasionar conmigo mismo y con los otros.

Poco a poco fui encontrando como la meditación daba un sentido espiritual a lo que me sucedía. Entré en un estado de comprensión general que no me alejó del dolor primario pero sí del dolor inútil. Era como una gran sabiduría que llevaba a la aceptación. Entendí que podía vivir así, sin toda mis capacidades físicas, sin respuestas a muchas preguntas. Y a flexibilizar como lo hacen muchas especies vivas para seguir viviendo. Experimentaba en mí que la flexibilidad tiene un refuerzo natural e inherente que se expande por todas las dimensiones del vivir. Hasta en lo impensado.

“Mi identidad profesional (…) tenía la oportunidad de reafirmarse, fortalecerse para acompañar al paciente más conocido y más consentido: yo mismo. Y supe que era el momento de aplicar en mi vida lo que yo proclamaba como terapeuta ACT”

¿Qué te da fuerza, coraje y valor para continuar adelante con tu vida a pesar del malestar que te provoca la enfermedad de Parkinson?

Primero, no siempre siento fuerzas para seguir. Pero en general, lo que me motiva para continuar es no producir dolor a los que me aman, o al menos no sumarles dolor. Mi profesión, los pacientes que ven en mí un modelo vivo de aceptación también son una motivación, por supuesto. Pero sobre todo pude encontrar un motivo superior que resignifica todo lo que hago: caminar hacia el “estar en salud”, que es diferente al “estar sano”. Sano no estoy, pero puedo “estar en salud” meditando y cumpliendo tratamientos. Es un  valor hoy para mí, y tiene que ver con el presente, las acciones, la aceptación, etc.

Al enfermar me preguntaba si era realmente necesario tener como materia prima valor y claridad para iniciar un viaje de aceptación. O si por el contrario, aun sin coraje y con valores más impuestos que elegidos dada la situación, podía yo iniciar el viaje.

Desde la teoría y la  práctica clínica yo sabía que lo valioso es orientador, es direccionador, pero  cuando comencé con el Parkinson no había nada más convocante  que esa rareza que aun hoy es indescriptible. Lo valioso para mí ya no lo era, mi vida y lo importante para ella estaban trastocados. Era de tal extrañeza lo que me pasaba que no se parecía a nada de lo vivido. Mi  mente estaba como atrapada, desconectada de mi cuerpo. No había posibilidad alguna de simbolizar lo que sentía. Inútilmente buscaba gestos, palabras o imágenes para aliviar mi sufrimiento. Esto de ser verbales y pensantes ligaba mi padecer a imágenes mías futuras con deterioro. Noches sin dormir, mi cuerpo, mis brazos, mis piernas  se movían con total autonomía… El desconcierto era mi telón de fondo. Nada me daba fuerzas para continuar.

El  desconcierto se da  cuando el motivo por el que  desconectamos de lo que da sentido a nuestra existencia no es el apego material, ni meros objetivos de acumular, ni tampoco un problema pasado que interfiere  con lo cotidiano.  Sino que lo que sucede es tan desgarrador y amenazante que  no permite conexión con sentido alguno: la muerte de un hijo, una enfermedad terminal, vivencias donde toda resignificación está vedada. Hay situaciones en la vida que nos arrasan el corazón. Esas situaciones destruyen proyectos, la vida misma y dejan titilando lo valioso como motivador. Todo pierde nitidez y es fundamental volver  a reposicionarse frente a la vida, la muerte, el dolor, lo importante…

Yo creo que en estas situaciones  lo valioso direcciona la acción. Y también creo que pequeñas acciones, aunque parezcan desconectadas, llevan a lo muy valioso o a hacer consciente lo valioso. Esto no viene de afuera, sinp que reside en uno, moldeado por múltiples variables. Lo que es valioso es también dúctil, medianamente elegido  y escurridizo. Entonces te seduce y no se deja poseer. Y ese es su encanto, porque va dando valía a tu acción.

Las fuerzas para seguir van y vienen. Lo que sí es constante  son mis ganas de vivir, hacer, amar, crear… Incluso más allá de mis fuerzas.

¿A qué compromisos, en forma de acciones, te empujan estos valores? ¿Qué consecuencias tienen para tu vida?

Me llevan a un doble compromiso: conmigo y con los otros. La vida es un sendero sembrado  de posibles acciones comprometidas, que son una sorpresa y un descubrimiento constantes. Solo tenemos que marchar atentos a lo que fluye. Yo, después del impacto inicial, comencé a escribir. Necesitaba poner palabras, expresarme.

Lo valioso en mi vida hoy me lleva a conectarme con lo más creativo, de mí… voy más allá de lo esperable para alguien con Parkinson. Atravieso el malestar por medio de la meditación y la escritura, que son dos de  los ingredientes de mi felicidad terrenal. Tampoco me fusiono con mis valores (risas), generaría más rigidez. Acepto en general lo que me sucede. Por supuesto con momentos diarios de tristezas, bronca, momentos legítimos, etc. Tengo pacientes, medito todos los días, tengo grupos de meditación, estoy escribiendo un libro solo, tengo una huerta, estoy activo en las redes, respondo mails, escribo artículos…

Bueno, bueno, ¿no es poco, no?