Montserrat Ayala, alumna de la 5º Edición del Máster en Terapias Contextuales y de Tercera Generación
Recientemente, durante una clase del máster que curso, el profesor abrió la mañana haciéndonos una invitación: definir la palabra compasión para cada una y uno de nosotros. Fue a partir de eso que surgió la propuesta de escribir esta breve reflexión en la que quiero hablar de la solidaridad como un acto y una postura en la relación terapéutica. De actuar en solidaridad.
Hace años, en una conversación que tuve con Carlos, quien había crecido muy cercano a la filosofía jesuita, me compartía por primera vez acerca de sus experiencias. Yo no tenía mucha -o nada- de idea de la Compañía de Jesús. Me compartió sobre su ministerio en cuanto a temas de educación y su labor en comunidades marginales. Ésta, lejos de centrarse en ayudar al ser humano (“hacer por…”), enfoca sus esfuerzos en acompañarle, en estar con y para los demás. En ese entonces yo tenía alrededor de 22 años, estaba en la recta final de la carrera de psicología y tenía la capa de “superwoman” bien puesta.
Al escuchar eso, no pude evitar sentirme más cómplice de mi ignorancia y más consciente de ella que nunca. Por primera vez ese concepto caló hondo y me enfrentó con la consciencia de mi propia historia, de mi contexto y como si fuera poco, con la realidad de todos los privilegios que había tenido (o no) por el “simple” hecho de haber nacido de mi padre y de mi madre.
“Ayudar” con cuidado
Fue entonces cuando la palabra ayudar empezó a exigirme más cuidado al momento de usarla. Desde mi historia de aprendizaje, ésta supone, relaciones paternalistas en las que uno se encuentra en la posibilidad de ayudar y el o la otra, tiene la necesidad de ser ayudado. Implica historias en las que “los ricos” se vanaglorian de rescatar a “los pobres”. Supone al hombre blanco “salvando” personas de color. Significa estar en una posición en la que sistemáticamente se goza de poder y, por tanto, de ese privilegio de ayudar.
Un poco de contexto
Nací y crecí en México, donde la desigualdad e inequidad son palpables y donde mucha gente cree que el “pobre es pobre porque quiere” y donde frases como la de “hazte responsable” cada vez se desgastan más. Me han surgido, entonces, una serie de preguntas en este intento de discernimiento personal: ¿cuál fue ese “gran” logro que me abrió la posibilidad de tener una profesión que me permite ayudar a los demás? ¿tener el color de piel que tengo? ¿nacer en la familia que nací? ¿estudiar donde estudié? Y como una consecuencia de esto, ¿tener las oportunidades que he tenido en materia de estudios o trabajo? ¿tener las relaciones que tengo?
La vida pasó, emigré a otro país y todo esto no se ha hecho menos relevante. Vivo en California, en una sociedad en la cual ayudar tiene una validación social importante y otorga un protagonismo implícito al que lo hace. Nos encargamos de colocar a las personas, organizaciones sin fines de lucro o empresas que ayudan en un pedestal, llenándoles de medallas y reconocimientos.
Es difícil escribir esto sin parecer simplista. No quiero demeritar ni etiquetar al altruismo como un acto bueno o malo. Lo que busco es invitar a la reflexión, hacer(me) preguntas como: ¿qué impacto tendría en mí hablar de actuar en solidaridad en lugar de ayudar? ¿cuál sería ese impacto? ¿habría alguna diferencia en mi percepción al hacerlo? ¿me colocaría en una posición distinta?
La relación terapéutica en ACT
En la terapia de Aceptación y Compromiso – de la cual debo decir que estoy en proceso de enamoramiento- se habla de la importancia de una relación terapéutica que sea capaz de transformar. Se sabe que es fundamental que el psicólogo acompañe activamente a la persona en sesión; de lo sustentador que puede ser el que haya apertura e interés de éste en las ideas de la o el consultante. También sabemos de lo edificante que resulta el que, como psicólogos, reconozcamos y apoyemos los valores de la otra persona. Estamos conscientes de lo motivador que puede ser el hecho de que un otro pueda entender al mundo desde la perspectiva propia.
Y es entonces cuando aquella propuesta de actuar en solidaridad, motivo de este escrito, retiembla fuerte y me parece pertinente sumar cuando hablamos de la relación terapéutica. ¿Para qué hacemos lo que hacemos? ¿cuál es nuestra responsabilidad? ¿actuar como facilitadores o conductos de información? ¿acompañar a otras y otros mientras viven, o bien, son su propio proceso? ¿acercar a las personas con aquello que les lleve a vivir una vida que valga la pena ser vivida? -Las respuestas serán muchas y serán variadas.
Mi invitación, sin importar cuál sea nuestro “para qué”, es a que reflexionemos acerca de nuestra posición como seres humanos, como psicólogos y psicólogas. A que recordemos que si, entre otras cosas, el sufrimiento forma parte de la vida y que por lo tanto una respuesta compasiva de nuestra parte importa mucho. A que actuemos con los demás desde la consciencia plena de que existen otras realidades. A ACTuar -desde la aceptación de nuestros propios privilegios- y que lo hagamos entonces, en solidaridad.
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