Que las personas tengan una vida de valor se ha convertido casi en un mantra, y la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT) se ha erigido como la intervención más eficaz y con mayor desarrollo dentro de las Terapias Contextuales o de Tercera Generación. Pero ACT es mucho más que un conjunto de frases bonitas, cuentos simpáticos y ejercicios rimbombantes: sus desarrollos se remontan a los principios de la aplicación del análisis de conducta al lenguaje y la cognición humana, allá por la década de los ochenta, cuando despuntó la investigación de las clases de equivalencia. Desde entonces hasta ahora, ACT ha seguido desarrollándose (a veces con peligro de convertirse en moda), y es más relevante que nunca formarse en su filosofía, teoría y práctica.

Formarse en ACT tiene que ver con dominar los principios filosóficos del Contextualismo funcional y del conductismo radical, así como perfeccionar el conocimiento sobre principios básicos de aprendizaje: asociativo, operante y relacional. Nuestra formación va a las raíces de los procesos básicos de aprendizaje, aplicados a la conducta verbal -entendiéndola como respuesta relacional- para que aprendas a ver más allá de las formas y bases tu intervención en la función del comportamiento.